MALDITO FLOTADOR!
Bienvenido a Magaluf, donde todo vale y se permite con el único objetivo de diversión y desparrame de nuestros queridos vecinos europeos ingleses.
Durante el trayecto del aeropuerto al resort, ubicado en dicha población, converso animadamente con el taxista, quien me asegura que ni él ni ninguno de sus compañeros tiene redaños para entrar por la noche en “la ciudad sin ley” que a la caída del sol se convierte Magaluf. Con cara de cabreo me asegura que días pasados el taxi de un compañero fue zarandeado con paquete dentro, hasta conseguir volcarlo por los hooligans (nueva diversión de esta chusma), con la pasividad de las fuerzas del orden, dado que tienen instrucciones de no fastidiar la juerga, al ser una buena fuente de ingresos. ¿Eso, fuente de ingresos?.
Bueno, a lo que iba. Llego al resort y me encuentro un parque acuático, supervisado por un grupo de socorristas, y al mando un sujeto muy competente, con el que da gusto conversar, dado que conoce perfectamente las instalaciones, seguridades y medidas de emergencia.
Me cuenta el hecho. Fijaros lo que es la vida!. Cómo de la forma más tonta te puedes fastidiar para siempre.
Grupito de chicas inglesas, cada una sentada sobre su propio flotador, con el culete dentro del mismo, y en la orilla de la piscina de olas. Hablaban desaforadamente y en el idioma de Shakespeare, ese que tanto nos cuesta aprender a los españolitos. Sonó la sirena de aviso de puesta en marcha del sistema de olas, se posicionan los socorristas sobre el perímetro de la piscina con el fin de avisar y supervisar a los bañistas durante la atracción. Conviene apuntar que estamos hablando de olas que apenas alcanzan los 80 cm de altura en su cúspide.
Piiirrrrrrrr! Silbato del jefe de socorristas y aquello que se pone en marcha. Claro está, el grupito de anglosajonas sigue a lo suyo, con charla muy animada, y obviando todo lo que sucede a su alrededor.
Empieza el oleaje, muy lento, espaciado y cumbre de escasa altura. Cuando una de esas pequeñas olas llega a la orilla, una de las chicas se desequilibra y cae para atrás, golpeándose en la cabeza y columna sobre el fondo donde apenas cubría 40 cm. No os comento el resultado, pero muy grave.
La moraleja de este caso es que siempre que estemos subidos a flotador, colchoneta, o cualquier otro chisme acuático, tanto en mar como piscina, es mejor situarse en una zona donde cubre, mínimo un metro, y así evitar este tipo de incidentes que desgraciadamente se dan y nos pueden destrozar la vida y la de nuestras familias.
He querido contar este suceso dado que a simple vista un flotador parece uno de los cacharros más inofensivos que existen, pero estoy seguro que desde ahora los vais a mirar con más respeto.
En fin, en otra entrega sobre “Magaluf, ciudad sin ley”, os contaré un caso distinto, que ocurre de forma habitual casualmente en esa bonita población costera, y que se está haciendo mundialmente famosa, y no precisamente por sus playas.
Alberto Garom